La Ciudad Etérea Bariloche

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Las Ciudades son como las personas. Fuertes y débiles. Amables y acogedores o astutos y despiadados. De algunos quieres huir, en otros te enamoras por toda la vida. En algunos se respira con libertad y ligereza, otros son sofocantes. El viajero que recorre el mundo, busca su ciudad como se buscan amigos, como se buscan los seres queridos. Mirando en los ojos de una nueva persona que ha encontrado en su vida, uno nunca sabe quién va a llegar a ser para él. Pero mirando a los círculos en el mapa, nunca se sabe cuál es que le toca a uno.

Por cierto, puede pasar que al dar el primer paso en una nueva tierra, algo le dice “¡Ya estás en casa!”. Caminando por las calles desconocidas, los pies le llevan solos, como si conocen de memoria estas rutas. Al ver los niños jugando y sonriéndoles, parece como si ayer le ha brindado unos dulces y ha escuchado sus historias divertidas. Con cada paso, se desvanece la sensación de ser un turista con mochila y aparece la de haber nacido y crecido bajo este sol. La ciudad le habla con el sonido de las suelas en el pavimento, el susurro de la lluvia sobre los tejados, el murmullo de las hojas de los árboles centenarios. En él, por alguna razón, uno se siente más fuerte, como si su energía le impregna. No es una obsesión, ni una fantasía. Un gran viajero dijo: “Tal vez vale la pena empezar a pensar que en el mapa existen cualidades alquímicas, que por sus cualidades energéticas se distinguen de todas las otras ciudades del mundo y se encuentran en un proceso de constante transformación...”. Bariloche es uno de esos lugares, donde además de la realidad de las calles de piedra, existe un espacio etéreo, invisible para la mirada indiferente.

Oficialmente se llama San Carlos de Bariloche. Una pequeña ciudad, pero de las más populares en la Patagonia, el sur de Argentina. Los guías turísticos le han dado el nombre de “la Suiza Argentina” por la pureza increíble del lago Nahuel Huapi, por su aire fresco de montaña, por las llanuras envueltas en el rico verdor de los bosques y por último, por la famosa fábrica de chocolate de Carlos Tribergolm, que se esconde en la montaña. Los viajeros compran boletos con destino final “Bariloche” en cualquier temporada. En el invierno para ir a esquiar en las perfectas para los esquiadores atrevidos laderas de los Andes. En el verano para respirar el aire verde de los bosques. Pero mucha gente viene aquí no por los placeres turísticos, no para “broncearse en el Sur” y no por la buena cerveza local. Buscadores de sentimientos profundos, experimentadores y sabios buscan en la tierra patagónica fuerzas y nuevas sensaciones. Dicen que para los que tienen el alma abierto y pueden sentir en el aire la presencia de la energía sutil, los que entrarán en meditación profunda y tienen un nivel superior de conciencia, se abre la otra Bariloche, la Ciudad Etérea.

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La historia de Bariloche

Esta tierra antigua tiene una historia que contar para el que sabe escuchar. Ha conocido el hombre hace 13.000 años. Los arqueólogos han encontrado aquí rastros de los grupos étnicos, que se convirtieron en habitantes aborígenes y luego formaron la etnia local Tehuelche. Este grupo étnico consistió de tribus como los Chonik (más tarde llegaron a ser conocidos como los Patagones), Peuenche, Puelche, Vuriloche, así como los nómadas Mapuche y Araucanos. Se ha preservada la historia del nombre de la etnia Araucana. La palabra “araucano” es el nombre más moderno de la tribu, antes ellos se llamaban a sí mismos “pehuén” (este es el nombre que confirman muchas leyendas locales). “Pehuén” significa árbol sagrado, un abeto con muchas ramas, que para los habitantes de estos lugares es el Árbol del Mundo, que con sus raíces alimenta la Tierra y al mismo tiempo se llena de la energía de la Tierra. Así y la gente del antiguo pueblo Pehuen, como unos grandes árboles, arraigó poderosas raíces en el suelo y nutriéndose de las aguas subterráneas más profundas, se hicieron tan grandes y fuertes, como los árboles.

Pero cuando en estos territorios llegaron los españoles, comenzaron a dar a todo sus nombres. Cerca de los Grandes Lagos los invasores encontraron el pueblo Tehuelche. Los Tehuelches, que fueron resultado de la fusión de varios grupos étnicos, incluyendo Chonik y Araucana, les parecieron a los españoles no sólo gente grande, pero también con pies enormes. Por eso, los extranjeros, en busca de un nombre se asentaron en la palabra “patagón” (con pies grandes), uniendo “pata” y “gon”. Así es como aparecieron los patagones contemporáneos, “la gente grande, con pies grandes”. El nombre se quedó y toda la tierra en la que vivían se hizo conocida como Patagonia.

Las personas mayores dicen que todo es por el lugar donde vivían y viven los patagones, porque él hizo que la gente primero se “arraigara” en la tierra con los pies y luego, creciera como los árboles pehuén. Los nativos, hijos de la naturaleza, vivieron en armonía natural con la flora y fauna circundante. La mayor parte de este pueblo orgulloso y hermoso fue aniquilada en una guerra sin cuartel contra los colonizadores, pero su espíritu aún vive en Bariloche. El hombre que puede sentir la ciudad, podrá llegan a conocer también a su pasado. En su visión, las paredes de piedra de las casas se abrirán, revelando asentamientos indígenas... En vez del ruido de los barcos de motor, en el espejo del lago en silencio se deslizará un ligero canoa... Las siluetas de las mujeres indias, talladas en de los arboles oscuros, aparecerán y desaparecerán entre las flores del bosque salvaje: michay, taique, amancay, mutisias... Pasará un cazador de pelo negro como el azabache, pisando sin hacer ruido en busca de ciervos huemul o llamas guanaco... El mundo volverá a muchos siglos atrás. Y la arena de la historia comenzará a correr de nuevo. Durante los tres o cuatro siglos antes de la fundación oficial de la ciudad de Bariloche, destacadas personalidades mostraron un interés genuino en este lugar. Entre ellos se encuentran conquistadores y exploradores, comerciantes y pasteleros. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XVI al capitán español Don Francisco de César le llegó el rumor de la existencia de una hermosa ciudad situada en las orillas de un lago en el sur del continente americano y el hecho notable de que está construido de piedras preciosas y oro. Estos rumores fueron suficientes para que el capitán con todo su destacamento militar inmediatamente corriera a buscarlo. A pesar de los esfuerzos inútiles, la epopeya militar español y la muerte del capitán generaron tantos cuentos, que los rumores se convirtieron en una leyenda y la supuesta ciudad desde entonces se llamó “Ciudad de los Césares”.

Aquí llega, Carlos Widergoldt, un comerciante alemán, el primer emprendedor importante de las actividades comerciales en esta área de América Latina. Él construyó su primera casa comercial en el lugar donde con el tiempo se formó la ciudad de San Carlos de Bariloche. Esto pasó en 03 de mayo 1902. Con cada tictac del tiempo se estuvo acelerando el ritmo de vida de esta ciudad. En el lugar donde una vez vivían sólo 14 personas en sus casas de troncos de ciprés y coihue, y cuyo principal punto de referencia local fue un almacén de lana, apareció una ciudad turística, repleta de visitantes.

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Los Guardianes

Sin embargo, no se debe creer que la conexión entre los tiempos fue interrumpida y que una entidad de Bariloche sustituyó a otra. Los indios todavía viven en estos lugares. Conservaron su poder hasta hoy. A diferencia de los europeos olvidadizos, los indios recuerdan y mantienen sus tradiciones y creencias. Ellos saben que cada lugar tiene sus espíritus amigos que lo habitan. Estos son los espíritus de las plantas, las flores, las majestuosas montañas, los animales, los caciques nobles y los guerreros, los ríos y los lagos y por supuesto, los elementos naturales. Los habitantes de Patagonia apreciaban y cuidaban el entorno natural como a sí mismos durante siglos y esa convivencia consciente con la energía de la naturaleza ha dado lugar al hecho de que estos lugares están todavía impregnados de la intención. Algo que hasta el día de hoy, sigue estando en el alcance de la gente común. La gente local siguiendo la costumbre de sus ancestros, celebra la ceremonia Nguillatún, un rito sagrado del pueblo mapuche. Él está lleno de oraciónes, expresando gratitud, respeto y admiración y termina con un juramento de amor al árbol Pehuen, que suena así:

A ti que no nos dejaste morir de hambre,
a ti que nos diste la alegría de compartir,
a ti te rogamos que no dejes morir nunca el pehuén,
el árbol de las ramas como brazos tendidos!

Hay también otro árbol sagrado en estas tierras, se llama “Canelo” (el pueblo mapuche lo llamaba “Fole”). Esto no es un “árbol Hombre” como Pehuen, sino un “árbol Dios”, el Dios más importante de Patagonia, Nguillatún, el Creador. La sombra de este árbol, determina impecablemente la verdad absoluta de todo ser vivo, desde los seres humanos hasta todo tipo de criaturas mágicas, las que aquí siempre fueron numerosas. Se cree que si la sombra del árbol sagrado Canelo cae sobre un hombre malo, el Dios Nguenhen inmediatamente toma su vida, por lo que todos saben que hay que evitar a los malos pensamientos y palabras. Y si a una ramita de Canelo se amarra una cuerda o cinta, su propietario estará protegido de todos los espíritus malignos. De su corteza, los patagones aún hacen un té especial, “para salvar el alma”, como dicen los ancianos. Las leyendas dicen, que cuando la gente comenzó a luchar unos con otros y derramar sangre sobre la tierra, Nguenhen, el Creador, les ordenó ir al centro de la Tierra en busca del árbol sagrado, de lo contrario nadie quedará vivo por la guerra que han emprendido. Pero sólo uno de los que obedecieron a Dios y se embarcó en la misión, logró llegar al centro de la Tierra. Y allí no vio un árbol, sino siete escalones. Se sabe que el primero de ellos estuvo predeterminado para la adoración del Sol y de la Luna. El segundo estuvo destinado para poner a prueba al hombre en los ensueños, en los que él tuvo que tomar la forma de un yak, que da origen a toda la existencia viva... Sólo los que pasaban esta “prueba”, se convertían en chamanes, aptos de guiar la gente por todos los siete escalones hasta Nguenhen, el árbol sagrado. Incluso hoy en día se puede encontrar la costumbre de guardar siete ramas del árbol Canelo en escondites secretos, como un signo de respeto al Dios Creador y con la intención de superar el difícil viaje hasta el árbol sagrado.

El hombre blanco, el hombre blanco... No, el mundo antiguo nunca se abrirá frente un extranjero de la misma manera como lo percibe un indio nativo. A esta gente, quizá muchos los están mirando con desprecio, pero la Eternidad es más sabia que cualquiera. Hace unos años, en una de sus “Gran Asambleas” (Futa Trawün) los nativos adoptaron el “Rakizuam”, un manifiesto para la protección de las tierras, que se convirtió para ellos en una especie de ley, que prohíbe toda la extracción de recursos, ya que destruye los espíritus de la Tierra. “Las montañas y todas las formas de vida todavía tienen “Pillán”, espíritu y el nativo sigue conviviendo con ellos y el hombre blanco no debe manchar la Madre Tierra, penetrándola y extrayendo sus riquezas.” Desafortunadamente, la ley se respeta solo por una de las partes, por parte de los nativos, el Gobierno de Argentina no lo reconoce.

Bueno, los blancos quitaron los derechos de los nativos, pero no tuvieron el poder de quitarles su creencia en la inmortalidad del alma humano y en Nguenechén, el Dios que protege la Tierra. En Patagonia hay una serie de reglas que no se pueden violar por los que buscan la vida eterna. Las personas aquí no se atreven de profanar las tumbas de los brujos y respirar los vapores que se emanan de los tesoros enterrados. Todos saben acerca de los sacerdotes curanderos Machis y se refieren a ellos para el tratamiento de las enfermedades del cuerpo y del alma, para “ordenar” la cosecha o para la predicción del tiempo y el destino. Las madres indígenas enseñan a los niños cómo adorar a los dioses, como hacer un sacrificio a los espíritus dueños de la Naturaleza y al mismo “Gualichú” (“Gualichú” significa “decir o hacer algo malo a alguien”, pero eso es lo que no debe hacerse de ningún modo, sino él Gualichú le castigara). Las abuelas cuentan a los nietos callados sobre los objetos sagrados, las rocas que se mueven solas en el camino y cuyas huellas no se deben pisar. De hecho, hay huellas de enormes rocas, que una vez se encontraban en un lugar y luego en otro, completamente diferente. Ahora, estas rocas son atracción para los turistas, una foto más junto con las otras en su álbum de fotografías, pero para los jóvenes nativos se mantuvieron como una leyenda sagrada.

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Cuentos alrededor de la fogata de noche

¿Hay un pueblo que no tenga sus cuentos, que no tenga leyendas de seres mágicos o historias de terror, que se cuentan sólo con susurro?

Varios autores viajan por todo el continente en busca de estos relatos. En la “Gran Asamblea” (también llamado “Encuentro de los Pueblos Indígenas”), así como en las fiestas populares en diferentes lugares, los ancianos narran con paciencia y amor sobre la aparición aquí y allá de algunas criaturas mágicas... A menudo la misma historia se puede escuchar bajo diferentes nombres y a veces incluso en diferentes idiomas. En este punto, hasta los europeos más racionales piensan que detrás de este humo debe de haber un fuego y detrás de estas huellas, pasos. Para los nativos, estas historias sin duda son reales.

Por ejemplo, el mito de los mapuches sobre Trauko, “el duende que ama a las mujeres”, ¡esto no es una fantasía! Se cuentan muchas historias picantes sobre lo que puede un Trauko, pero nadie jamás ha visto de dónde aparece. Se cree que sólo lo pueden ver los chamanes, pero su presencia invisible se puede sentir por cualquiera y en particular, si es una mujer bonita. Algunas de las historias están mezcladas con leyendas de otros países y de vez en cuando, vienen a la vida y se enriquecen con nuevos detalles que traen los conductores de los camiones de larga distancia o los visitantes de otras zonas.

Otro misterioso habitante del bosque es Llao Llao, un extraño hongo de tamaño increíble (en algunas historias grande, en otras, muy pequeña), que vive sobre los arboles Coihue y llamado el Pan Indio. Es poroso y de sabor ligeramente dulce.

Hay una leyenda acerca de un indio que al volver donde su tribu, hambriento, con manos vacías, sin presa, en el camino se encontró con un anciano. Al escuchar la triste historia del indio, el anciano miró de reojo al joven y le dijo: “¿Cómo le puede tener miedo al hambre, cuando en frente de los ojos tiene todo lo que necesita? Mira ese árbol hermoso. Qué frutas le da, sin pedir nada a cambio. Vea estas piñas, están llenas de semillas, tómalas y llévalas a tu familia.” El joven indio tomó las piñas en sus manos, pero lo que se pudo decir fue que las piñas son secas y duras. El anciano le aconsejó a hervirlas o asarlas sobre el fuego y reunir de ellas para el invierno. El consejo fue útil, las piñas asadas, durante mucho tiempo, fueron el plato principal en la Patagonia.

A veces la naturaleza misma da lugar a las leyendas. El lago Nahuel Huapi es tan majestuoso y tranquilo, que incluso a un simple viajero le puede llegar la idea que debe haber un guardián en este reino de aguas claras. Desde 1910, los locales están viendo las apariciones de Nauelito, una criatura parecida al monstruo de Loch Ness. En su búsqueda tomó parte el director del zoológico de Buenos Aires, e incluso la marina de Argentina. Sin embargo, el anfitrión Nahuel Huapi, todavía la esconde de los investigadores sin tacto, que están tratando de penetrar en los secretos de la naturaleza.

Tal vez, sabiendo todo esto, lograras ver una otra visión de Bariloche. Escuche la voz de la selva. Mire a los ojos oscuros de los nativos. Siente la tierra sobre la que caminas. Sólo al cuidadoso, sólo al sincero se abre el Bariloche etéreo. Sólo a un a

 

23 mayo 2012

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