IV. Pintura del Jardín Paradisíaco
La Pintura del Jardín Paradisíaco es la capacidad específica de una persona a expresar su forma cultural de percepción del mundo. Su origen está en las condiciones religiosas, culturales y educativas.
¿Por qué, de hecho, tenemos motivos para llamar a esta Pintura “Danza del Templo”? Porque representa la idea del Templo. Éste puede ser budista, cristiano, musulmán o incluso personal, de altar – lo que resulta más cercano y a lo que más aprecia una persona, aquello con lo que vive, lo que es una parte inseparable de su vida.
La Danza del Templo es el mundo interno de la Pintura Integral, pero en este caso se expresa en las vivencias y aspiraciones espirituales supremas. ¿Quién no quiere y no aspira al Jardín Paradisíaco? Es una Pintura que une los indicadores de existencia temporales con los intemporales, o los verbales y los no verbales. En ella pueden mezclarse sentimientos y vivencias completamente diferentes, pero siempre persiste aquello que está al lado y al mismo tiempo por encima - aquel Árbol, que está simultáneamente muy cerca e inalcanzable, aquel lugar que es desconocido, pero atrayente, aspiraciones que implican la conservación de lo sagrado.
Al mismo tiempo, la Pintura del Jardín Paradisíaco es una determinada Medida, que está limitada por las leyes de la construcción del Templo. Tiene una ley que requiere que se mantenga en el Ritmo. Y, ¿qué es el Ritmo? Es lo que conecta el tiempo con el espacio. El ritmo es cíclico y el paso básico de este ciclo se mide por el esfuerzo de nuestro tiempo que posee la forma del número 7. En realidad, esta es la Medida que se expresa en la existencia de nuestro tiempo. Es decir, la Pintura Integral del Jardín Paradisíaco es la Medida e incluso la Medida de la vida, determinada por los siete sentimientos del ser humano. Es la Medida de los siete colores.